domingo, 25 de septiembre de 2011

Pequeñas cosas que son grandes





Cuando era niña solían haber muchos apagones donde veraneaba, lejos de enfadarme o molestarme, subía corriendo a mi habitación salía al balcón y me sentaba a contemplar las estrellas. Permanecía allí fascinada por esos pequeños puntos de luz que estaban tan lejos de mi.
Ahora no hay tantos apagones, ya no es tan fácil contemplar las estrellas desde el balcón. Desde hace algunos años camino por el paseo marítimo casi todas las noches de verano, de vez en cuando me encuentro con una farola estropeada, me detengo bajo ella y en ese pequeño rincón de oscuridad sigo buscando las estrellas en el firmamento. Mi fascinación se ha mantenido intacta, nunca he sabido sus nombres, o debería decir aquel con el que las bautizaron algún día, nosotros y esa manía por ponerles nombres a todas las cosas y etiquetarlas. Simplemente las miro con la esperanza de que alguien esté observando, quizá incluso desde alguna de ellas, con la misma fascinación, en el mismo instante y podamos conectar durante unos segundos en ese breve y maravilloso momento.
De niña me sabía pequeña ante esa inmensidad, más diminuta que esos puntos de luz repartidos en el cielo nocturno, en ocasiones hubiese querido ser uno de ellos. Ahora sé que sigo siendo diminuta en comparación con el universo, pero no insignificante, sé que de algún modo soy uno de sus puntos de luz, tan importante como cada gota de agua que conforman los océanos, como cada hoja lo es para el árbol. Todos somos un destello de luz, una gota, una hoja, sin las cuales no serían posibles cosas mayores, todo lo que existe es importante por el simple echo de existir, cada pequeña cosa es y será siempre lo que hace que otras más grandes puedan llegar a ser posibles. Sé que llegará el día en que me fundiré con las propias estrellas.

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