viernes, 19 de junio de 2009

Maestros y aprendices

Fotografía de un aula antigua en Bétera
Un labriego deja sus tareas de labranza, seca el sudor de su frente, mira al claro cielo y pausadamente se dirige de vuelta a casa, por el camino se aproxima un coche a cierta velocidad dejando tras de si una estela de polvo, se para junto al labriego, el cristal de la ventana baja lentamente y un hombre joven vestido de sport y con gafas de sol de marca le pide una indicación al viejo agricultor, el joven y su amigos han decidido pasar un día de picnic en el campo, el labriego le indica el lugar por el cual preguntaron y le advierte que esa tarde habrá tormenta, del interior del coche se oyen unas risas, el conductor da las gracias con cierta desgana y sigue su camino, dentro del coche las risas se convierten en carcajadas, miran al cielo, hace un despejado y soleado día de primavera, se mofan del anciano, ¿que sabrá él?. Esa tarde tuvieron que interrumpir su día en el campo, apenas habían podido reposar la comida cuando comenzaron a caer los primeros rayos.

Hace tiempo alguien me dijo que era mejor aspirar a la mediocridad pues eso te permitía seguir sintiendo la inquietud y el ansia de seguir mejorando, de seguir aprendiendo. Pero la cuestión no es aspirar a la mediocridad y saber que lo que importa es continuar caminando hacia esa hipotética perfección, sino ser mediocre y creerse un genio, o convertir la mediocridad en la meta definitiva, vivir pensando que ya no hay nada más que puedas hacer, por soberbia o desilusión.

Uno puede seguir atesorando todo lo que ha aprendido en su vida sin dejar que ocupe todo el espacio posible en su mente y en su ego, dejando cajones vacíos para aquello que aun se puede aprender, pues las lecciones no acaban en toda una vida.

Vivimos en un mundo no sólo saturado de información, sino que se empeña en convencernos de que es necesario que nosotros alcancemos ese grado de saturación de forma obligada, cuando la cuestión no es saber más sino saber mejor.

No existe maestro que no se considere a si mismo aprendiz, ni aprendiz que no pueda enseñar algo a su maestro y pienso que la aspiración máxima es ser tu propio maestro sin renunciar, como dijo Charles Chaplin, a ser amateur, a ese niño que aun desea dejarse sorprender e ilusionar por un mundo con múltiples posibilidades que ofrecer.

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